De indeseable a indeseable

Los extremos se atraen y los hijos de puta también. De todos es conocida la veneración del hijo de puta de Gadafi hacia el hijo de puta de Franco.
Utilizo el término "hijo de puta" porque, hoy por hoy, es el más descalificatorio que existe. Que me perdonen las señoras prostitutas, pero no va con ellas.
Un hijo de puta llamado Humberto Leal violó y mató a golpes a una niña de 16 años. Ahora acaba de ser ejecutado en el estado de Texas. Existía un defecto legal: en su momento no se informó al susodicho a que tenía derecho a contactar con el consulado mexicano.
Visto lo visto, el presidente Obama movilizó a su bufete de abogados para que parasen la ejecución. Pero el gobernador Rick Perry (aquí tenemos al segundo hijo de puta) no detuvo el asesinato legal, como el de tantos otros ejecutados en la historia, incluídos enfermos mentales e inocentes.
El hijo de puta de Perry se puso a la altura moral del ejecutado cuando este cometió su asesinato, osea, al mismo nivel de la mierda, de la escoria humana, de los inquisidores españoles o del hijo de puta de Franco y sus sicarios uniformados, incluída la Iglesia Católica.
El afán de linchar, el "ojo por ojo y diente por diente", el "yo lo arreglo todo matando", sigue presente en un elevadísimo número de personas en el mundo entero; y en Estados Unidos, el país del racismo por antonomasia, las autoridades ganan electorado asesinando a negros y a tarados.
Sé que muchísimos ciudadanos de a pie están de acuerdo con las víboras como Rick Perry, aunque esté más que demostrado que la pena de muerte no sirve para nada. La cosa es asesinar, demostrar lo crueles que somos y las atrocidades que podemos llegar a cometer.