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Viaje por Baviera (5): excursión a Weltenburg


Hoy la protagonista del blog es ni más ni menos que la abadía de Weltenburg, un auténtico paraíso terrenal escondido cerca de Kelheim, al norte de la región de Hallertau, la también conocida como Hopfenland o cuna del lúpulo alemán.

 Imágenes tomadas de aquí y aquí.

Una hora de carretera fue suficiente para dejar Munich atrás y adentrarnos en Hopfeland, una visita que tenía pendiente repetir después que hace unos años estuviéramos por allí y no pudiésemos parar por ir en bus. Tras admirar bien de cerca los campos de lúpulos, con cierta pena ya que unas tormentas primaverales habían retrasado el crecimiento o directamente habían echado a perder gran parte de la producción, y tras las fotos pertinentes, proseguimos nuestro camino hasta Kelheim.

Otro "tick" en el listín de cosas
que hacer antes de morir...

Antes de llegar a la abadía, y como tampoco nos desplazaba mucho de nuestra ruta, paramos brevemente a admirar la peculiar torre de la cervecería Kuchlbauer, para continuar, ahora ya sin más demora, hasta nuestro ansiado destino.


Llegamos a la abadía de Weltenburg poco antes de las 10 de la mañana, hora más propia para disfrutar de cualquier cosa menos de un buen zumo de cebada, pero ya se sabe que estos viajes son para dar rienda suelta a ciertos excesos y si eran tan tentadores como las cervezas Weltenburg, pues bienvenidos sean…


El entorno era realmente alucinante, con el río Danubio formando un meandro en el extremo del cual se situaba la abadía, la fábrica y también un enorme biergarten pegado a una bonita playa fluvial.


Lo cierto es que de buenas a primeras me sorprendió bastante ver el "pitoste" que había allí montado. No es que me esperara encontrar monjes de clausura elaborando cerveza rodeados de un silencio sepulcral solo roto por el cantar de cuatro pajarillos y el sonido de los árboles balanceados por el viento, pero es que ver tanta sombrilla de color azul, con más de 10 camareras (sí, de aquellas estilo “tanque con falda” de Salzburgo) corriendo arriba y abajo sirviendo a hordas de sedientos parroquianos, pues tampoco se acercaba a la imagen previa que había idealizado. Lo bueno es que pese a la multitud, el ambiente se alejaba bastante del típico griterío que solemos “disfrutar” en muchos de nuestros bares y terrazas.

Una vez sentados en una de esas mesas de madera bien molonas en las que muchas veces compartes charla (y en ocasiones también comida) con desconocidos, nos hicimos nuestro rincón y nos dispusimos a disfrutar del almuerzo a nuestro aire. Y vaya si lo conseguimos…

Sabíamos que no podíamos abusar por la jornada que nos esperaba (ver al final) pero aún así nos pedimos un triplete formado Barock Dunkel, Hefeweisse y Asam Bock, las tres de barril.

Tanto la Barock como sobretodo la Asam
fueron de las mejores cervezas del viaje.

Para comer nos dejamos recomendar por Diego y nos pedimos el típico desayuno bávaro a base de salchichas blancas hervidas (en lugar de a la plancha o a la brasa) y servidas con agua tibia en un recipiente tipo cerámica, además de unos pretzel y evidentemente unas cervezas. También pedimos una especie de revuelto de queso cuyo nombre me dejé sin apuntar y que sin estar mal tampoco nos entusiasmó.


El festín matutino...


En pleno éxtasis y a pesar de lo que nos esperaba para el resto del día, no pudimos evitar pedirnos otra ronda esta vez monopolizada por la maravillosa Asam Bock. Aún eran las 11.30h, pero con los horarios europeos uno termina comiendo (y bebiendo) casi a cualquier hora…


Y un tanto exaltados por tan ricos elixires monásticos nos fuimos hacia el coche con la parada del día en mente, Regensburg, donde nos esperaba esa jornada maratoniana que os relaté en el anterior post del viaje. Un día realmente intenso y repleto de grandes momentos gracias especialmente a haberla podido disfrutar en compañía del buen amigo Diego. Sin duda os recomiendo muy mucho que si viajáis a Baviera no os perdáis la visita a esta abadía. Palabra que no os arrepentiréis.

Viaje por Baviera (4): excursión a Regensburg.


Tras la tregua “obligada” por diferentes eventos y aniversarios (San Lúpulo, Biercab, #MBC, Oktoberfest…), retomamos los post del viaje por Baviera con la crónica de nuestro paso por Regensburg, una ciudad con mucha magia, patrimonio de la humanidad por su bien conservado casco histórico, situada a los pies de la selva bávara y en el punto más septentrional por donde pasa el río Danubio.

Nos plantamos en la ciudad, junto con el amigo Diego, poco después de las 12.30 y tras parar previamente en Hopfenland y las cerveceras Kuchlbauer y Weltenburg. Las buenas cervezuelas previas y el ambiente vivido de camino en el coche (Queen es un seguro de vida siempre en carretera…) junto al tiempazo de escándalo que nos salió requerían de una buena cerveza para no perder el tono así que empezamos con la fábrica más antigua de la ciudad, la Spitalbrauerei, situada en una de las islas al norte del centro histórico y pegada al famoso puente de piedra que cruza el Danubio, obra que desgraciadamente estaba en restauración en ese momento*.


Puestos a elegir nos decantamos por el clásico triplete alemán: helles, dunkel y weizen, todas (cómo no) de medio litro y a un módico precio de 3€ la unidad. En cuanto al contenido, la helles y la weizen cumplieron justillas y sin muchas florituras pero la dunkel se desmarcó de sus hermanas con un punto más de sabor.

Tras admirar la panorámica desde el puente decidimos adentrarnos en el centro, parando primero a llenar el estómago para amortiguar tanto lo que llevábamos ya encima como lo que nos quedaba por delante…

Disfrutar de la panorámica que ofrece este puente construido
en el año 1135 es toda una experiencia.

Nuestra elección para comer (o más bien la del Lonely Planet) fue el Historische Würstküche, un must para disfrutar de salchichas a la brasa. Para beber nos lanzamos con otra ronda del triplete rubia/negra/trigueña de la Jacob Familienbrauerei, una cervecera situada a unos 25km al nordeste de Regensburg. En este caso la weizen estaba realmente muy rica, muy sabrosa y refrescante como toca para el estilo pero sin toques metálicos ni burbuja molesta como en la Spital. Una pena que la dunkel y la helles no estuvieran a su nivel.

Un buen festín.

Lo cierto es que ya sea por estar disfrutando de las sabrosas salchichas a la orilla del río Danubio como sencillamente por pura hambre, estas no tardaron en esfumarse del plato, tras lo cual continuamos nuestra particular ronda birrera paseando por el tranquilo centro para llegar a nuestra siguiente parada, la Kneitinger Brauerei.


El local era muy peculiar, como una especie de patio-galería cubierta de cristal y con mucha madera y piedra en las paredes y mobiliario. Lo mejor, disfrutar del ambientazo que daba un grupo de jóvenes bávaros, todos ellos ataviados con el típico pantalón de cuero marrón y camisa a cuadros, y comiéndose unos codillos de tamaño colosal por cabeza. Pero centrándonos en la cerveza, a ver si adivináis cuáles fueron los estilos de las elegidas… ¡Bingo! Otra vez helles y dunkel (esta vez se cayó la weizen por falta de espacio físico en nuestras entrañas…). En este caso la helles fue una muy grata sorpresa, con un punto herbal fresco y a limón, y una base suave de cereal, con una carbonatación muy justita. Para tomar a litros (aunque quizás ese día menos…).


Nuestra estancia por Regensburg iba tocando a su fin pero antes de dirigirnos a nuestro último local nos cruzamos con varios edificios preciosos, entre los cuales destacaría la abadía de Sankt Emmeram, cuyos interiores nos dejaron gratísimamente sorprendidos. Y es que no iba a ser todo cerveza…

Que no os engañen los exteriores de este edificio.
Lo mejor está a buen recaudo…

Como decía nos dirigimos a nuestro último local, la Furstliches Brauhaus, bastante apartado del resto y donde, cosas de la vida, estaba todo revuelto por la preparación de una boda que iba a celebrarse esa misma noche. Así que ni el servicio ni el disfrute de la última cerveza fue el esperado. Aún así y un poco a regañadientes la camarera se animó a servirnos dos medias maß de su dunkel y su helles (¿acaso os esperabais algún otro estilo?) aunque permitidme la licencia que tras tantas cervezas las conclusiones al respecto fueran un tanto nubladas… ;)

Las susodichas…

Y ya de camino al coche nos topamos el Getränkemarkt Frizzz, uno de esos hipermercados (en este caso muy pequeñito) únicamente de bebidas y en el cual no encontramos muchas rarezas pero si pudimos aprovisionarnos con algunas botellas para rellenar una bodega que, para ser sincero, más que menguar no paraba de aumentar peligrosamente…

Y con este getränke dimos por finalizada nuestra excursión a esta bonita y apacible ciudad. A los que tengáis pensado viajar hasta aquí os recomendaría que os tomaseis la visita con más tiempo para poder adentraros en la selva Bávara y visitar alguno de los bonitos pueblecitos de la ruta del vidrio que lindan con la frontera checa. En nuestro caso esto último se tuvo que quedar en el tintero ya que el cansancio después de una semana empezaba a hacer mella y todavía nos faltaba otra semana más de disfrute por tierras bávaras.

Junto al Danubio, Regensburg es fotogénica
como pocas ciudades bávaras
.


* Si visitáis tanto Baviera como el resto de Alemania en verano que no os sorprendan las obras, por lo visto uno de los hobbies veraniegos de los alemanes. Y si tenéis pensado moveros en coche como hicimos nosotros, armaros de paciencia (mucha, mucha, mucha…) porque os esperan horas de interminables atascos por las frecuentes obras de mantenimiento de sus estupendas, las cosas como sean, carreteras.

Viaje por Baviera (3): escapada corta a Salzburgo.

…o una(s) de cal y otra de arena.


Hoy voy a retomar los post del viaje a Baviera para relataros otra de las excursiones que pudimos realizar, en este caso a la ciudad austríaca de Salzburg. Y es que estando a menos de 150km de Munich, o menos de dos horas en tren (ver nota al final del post), y siendo una de esas ciudades que tanta gente califica como una de las más bonitas de Europa, no podía quedársenos en el tintero.

Lo cierto es que me gustaría empezar a explayarme contándoos que caímos perdidamente enamorados de esta ciudad, que sus mil torres, campanarios, callejuelas y decenas de rincones a cual más atractivo nos dejaron fascinados. Pero siendo sincero he de reconocer que aún siendo todo eso anterior cierto, la cantidad abrumadora de turistas y de negocios dedicados a ellos por todas partes, con el universo Mozart a la cabeza de todo, desgraciadamente, y en mi opinión, lo echa todo a perder. Pero como este blog va sobre cervezas, mejor me centro solo en ello.

Qué diría el pobre Wolfgang si viera
en lo que se ha convertido su ciudad…

Tras abandonar la estación de trenes y tras un paseo de una media horita hasta el centro histórico y después de subir la empinada pero breve cuesta que asciende en dirección a la fortaleza de Hohensalzburg llegamos al primer destino cervecero del día: el Stieglkeller de la cervecera local Stiegl.



Después de tanto gentío, encontrar un remanso de paz en pleno monte Monchberg donde poder tomarte alguna buena cerveza no tiene precio.


Se mire por dónde se mire, Salzburgo es preciosa.



Pero como si la ciudad estuviera empeñada en caernos mal, aquí, igual que monte más abajo, tampoco íbamos a gozar de un momento precisamente placentero. En este caso reconozco que las webs consultadas previamente al viaje avisaban de la rudeza e incluso brusquedad en el trato de sus camareros. Aún así, la realidad superó las expectativas: más de ¡40 minutos! de espera sin ser atendidos. Así que tras rebasar el límite de mi paciencia varias veces, sin entender porqué 6 camareros miraban de reojo a los clientes sin inmutarse en lugar de atendernos (no éramos más de 5 mesas), cuando ya estábamos hartos de esperar y nos disponíamos a marcharnos, entonces, y solo entonces, vino un tanque armado con falda a atendernos. Pero la cosa lejos de mejorar iba a seguir cayendo en picado…

Tras haber tenido tiempo más que de sobra para decidir las cervezas (además de poder memorizar letra por letra la carta en inglés) le comentamos nuestras elecciones: una Weiss y una Zwickl, ambas de barril. Tras recibir una respuesta negativa por parte de la camarera, ya que según ella no existía ninguna cerveza Weiss y solo podía elegir las de esa carta que afirmaba todo lo contrario, le insistí (asumiendo que mi pronunciación en alemán no había sido muy acertada) esta vez con un gesto con mi dedo índice apuntando a la cerveza en la carta. Pero empeñada en intentar aguarnos la fiesta la camarera insistía en decirme que no, que justo de esa no le quedaba. Sorprendido tras ver que en la mesa de al lado habían pedido (a otro camarero, eso sí) esa misma weisse(la serigrafía de Stiegl Weisse en el vaso era suficiente pista) volví a hacer uso de mi vocabulario gestual señalándole la cerveza de la mesa vecina a lo cual la camarera respondió con un silencio y quedándose unos segundos observando la carta tras lo cual se marchó sin decir nada. Sorprendidos y empezando a asumir que lo mejor era irnos definitivamente, de repente llegó nuevamente la ruda camarera pero esta vez con las dos cervezas en mano. Estupefacto y sin entender nada de nada miré a la Reina Lúpula y nos dispusimos por fin a tomar las cervezas.

Las codiciadas cervezas…

La zwickl tenía un aspecto tentador, ligerísimamente turbia, y en boca entraba muy suave, refrescante, con agradables recuerdos a cereal y algo cítricos al igual que en nariz, pero sin mucho recorrido, algo corta e incluso diría que algo aguada. La weiss estaba algo mejor, especialmente en aroma ya que en boca también se quedaba algo escasa y tenía demasiada carbonatación.

Tras terminárnoslas, con bastante brevedad y muy pocas ganas, he de reconocerlo, dejamos encima de la mesa el dinero justo para así marcharnos sin más demora. Eso sí, entonces si reaccionaron no uno sino dos camareros para comprobarlo…

Con tanta espera se iba haciendo hora de decidir dónde comer pero se nos planteaba un dilema: o bien habíamos tenido muy mala suerte con los camareros y asumíamos aquello de que todos pueden tener un mal día o bien era cierta esa dicha de que los camareros austríacos eran tan maleducados, cosa que me negaba a asumir pese a los numerosos comentarios en este sentido encontrados en bastantes webs de viajeros. Aún así y por si las moscas, finalmente decidimos alejarnos del centro, tomarnos con cierta filosofía la sorprendente situación y disfrutar de lo que restaba de tiempo en la ciudad. Por ello nos fuimos al Urban Keller, un sitio del que a penas sabíamos nada pero el hecho de que tuvieran de barril una Steinbierproducida por una micro de allí y sobretodo que el bar estuviera bien lejos del gentío atronador fue determinante.

Tras llegar al local y sentarnos en su acogedor biergartenllegaron dos atentos camareros que nos atendieron maravillosamente bien, como sabedores de las jugarretas que nos habían gastado sus colegas de Stiegl. La cosa empezaba a mejorar.

Aunque bastante alejado del centro,
mereció y mucho la pena venir hasta aquí.

El sitio, realmente agradable, con las mesas rodeadas de árboles y con el monte Kapuzinerberg a un flanco, tenía una carta cuidada, con muchos platos con productos ecológicos, verduras de proximidad, algunos platos vegetarianos, pan elaborado por ellos mismos, y a diferencia de lo que suele ocurrir en este tipo de locales, los precios bastante baratos (ni comparación con los del turístico y céntrico Stiegl).

Para beber nos pedimos esa tentadora Steinbiery una Zwickl. La primera y curiosa “cerveza de piedra” (aquí os dejo el enlace en el que hace tiempo hablé de este estilo) la elabora la micro Gusswerk en exclusiva para este local. Muy limpia, sin nada de turbidez, con una espuma persistente y pese a la aparentemente elevada carbonatación tenía un paso por boca realmente fácil, con unas interesantes notas frescas a lúpulo herbal y ligeramente leñoso que cortaban las notas suaves de la malta caramelizada a la piedra, nada empalagosas. En cuanto a la zwickl (una cerveza turbia como las kellerbier pero con un punto menos marcado de lúpulo), en aspecto era lógicamente turbia, rebosante de notas a cereal, pan y cítricos, con una textura sedosa y un final ligeramente astringente pero muy refrescante.

Una gozada poder disfrutar de la Steinbier... 

Para comer elegimos un schnitzel vienés realmente bueno (aunque lejos nivel asombroso del que nos tomamos en local muniqués de Schneider Weisse) y un plato alucinante a base de pechuga de pollo estofada con verduras y la citada cerveza Steinbier, acompañado con arroz. Una auténtica delicia éste último.

Fantástico ágape.

Y tras repetir un par de rondas más a base de la adictiva Steinbier y disfrutar en plan contemplativo de un tiempazo excelente (durante el verano por estos lares no suele faltar la lluvia así que los días soleados como el que pudimos disfrutar son recibidos como agua de mayo…), nos despedimos de la ciudad con sensaciones un tanto contrapuestas y sin haber disfrutado de otros locales que teníamos previstos pero aún así nos fuimos más que satisfechos por haber descubierto ese auténtico edén llamado Urban Keller.

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* Para los futuros e interesados viajeros, existe un billete de tren llamado Bayern Ticket (ticket bávaro) con el cual puedes viajar en tren por toda Baviera durante un día por unos 22€ para una persona. Pero el chollo viene cuando vas acompañado ya que entonces solamente hay que abonar 4€ más por acompañante, costando así 26€ para una pareja o 34€ para cuatro personas, lo cual está más que bien. Ah, y si os dejo aquí esta explicación es porque aunque Salzburgo está en Austria ésta ciudad es una excepción del Bayern Ticket así que hay que aprovechar…

Viaje por Baviera (2): Nürnberg.


Una de las múltiples escapadas que disfrutamos por Baviera tuvo como destino Nürnberg (Núremberg para los amigos), una ciudad del sur de Franconia situada a unas dos horas en coche al norte de Munich. Cosas de la vida, parte de nuestro viaje por Baviera coincidió unos días con la escapada de un grupo venido desde Madrid y que contaba entre sus integrantes a los “labirratorios” David y Álvaro, así que decidimos compartir jornada birrera todos juntos en esta bonita ciudad.

Pero previamente y antes del encuentro, para dar sentido al hecho de habernos pegado la paliza de conducir en coche desde Valencia hasta Baviera, nos pasamos por el que según muchos es el mejor gretränkemarkt ya no solo de Franconia sino también de toda Baviera: el Landbierparadies.


Medio escondido en una callejuela cerca de la estación de tren se encontraba este auténtico edén: más de 300 cervezas, de las cuales y aunque parezca increíble como mucho habría 4 o 5 marcas que conocíamos, todas de fábricas locales, de producción muy pequeña… Lo dicho, un paraíso que me dejó sin capacidad de reacción así que no dudamos en pedir consejo al amable dependiente. ¿El resultado? 60 botellas directas al maletero…




Tras esto nos olvidamos del coche y nos dirigimos hacia el centro, más concretamente a la cervecería Hütt’n, donde nos juntamos con el resto del citado grupo. Previendo la intensa ronda que nos aguardaba a lo largo del día nos pedimos un surtido de salchichas realmente muy ricas (aunque lo mejor estaba por llegar…) y así amortiguar el alcohol venidero.


La primera ronda de cervezas fueron Hütt'n Spezial y Krug Dunkel, ambas de barril. La primera, terriblemente bien hecha, con una carbonatación viva pero maravillosamente integrada, muy cerealosa, cítrica y con un refrescante lúpulo herbal. La segunda, bonito color rojizo, rebosante a recuerdos acaramelados, toffee, ligero cabé, pero sorprendentemente de entrada muy fácil en parte gracias a que también tenía la carbonatación muy bien integrada.

Qué jarrita más chula la de Krug, no os parece?

A continuación tomamos una Wichert Landbier Dunkel, una ahumadita escandalosamente rica, con los recuerdos a carne ahumada nada empalagosos, muy ligerita y de trago refrescante por el lúpulo herbal y rebosante de sabor, y Hutt’n Pils, destacando en aroma el lúpulo noble y trago de mediano amargor y fresco, ambas de barril.

Qué escándalo de Rauchbier (izq.)...


Tras esta segunda ronda tocaba ir pensando en ir al siguiente destino, la Hausbrauerei Alstadthof, situada justo enfrente.


En este edificio, o más concretamente en el encantador y acogedor biergarten situado en la parte posterior, nos tomamos, tras una larga espera eso sí y alguna metida de pata de una camarera falta de rodaje, una de las mejores cervezas del viaje y la mejor schwarzbier que he tenido ocasión de probar, la Alstadthof Schwarzbier. Además también pudimos probar su Rotbier(cerveza roja) y la Helles.

Aquí uno se podría quedar horas en plan contemplativo...

La Schwarz, como decía, alucinante, con muchos recuerdos a regaliz, café, pero de entrada fácil, muy fluida y de cuerpo ligero, con un posgusto larguísimo y una textura sedosa que me hace soñar despierto solo pensar en ella… Una pasada. La Rot, dulzona, con el caramelo y la fruta madura como principales protagonistas, y la Helles muy suave, en nuestra opinión la más flojilla de las tres, pero aún así no desmerece un ápice el buen nivel de los caldos aquí servidos.

Menudo tridente...

Se iba haciendo la hora de comer así que tras las compras en la pequeña tienda de la cervecera situada a la salida del local nos fuimos al Goldenes Posthorn, donde disfrutamos de las que sin ningún tipo de duda fueron las mejores salchichas de todo el viaje: las famosas y locales Nüremberger Rostbratwürst, pequeñitas como dedos, rebosantes de sabor a brasas y tan adictivas y fáciles de tomar que cinco de los seis comensales no dudamos en pedirnos una bandeja de 12 unidades por cabeza, acompañadas, como no, de un poco de ensalada de patatas y regado por unas Tucher Pils, Dunkel y Weisse, siendo ésta última la mejor de las tres. ¡Qué festín nos dimos!


Unas salchichas de otro mundo... 

Llegaba la hora de quemar algunas calorías y aunque el sol abrasador no invitaba demasiado a ello nos terminamos animando con un paseo relajado por los alrededores del castillo y así pudimos admirar la preciosa panorámica de la ciudad.

Ningún rincón de la ciudad estaba falto de encanto.

Ya de nuevo en la parte baja de la muralla nos dirigimos al Café Wanderer, un local pequeñito y con mucho encanto, pegado sobre las mismas paredes de la muralla y en cuya terraza disfrutamos de su cuidada y sugerente carta de cervezas.

De mayor quiero trabajar ahí... 


No tengo palabras para describir el gozo que sentimos al escuchar este himno mientras tomábamos éstos birrotes al atardecer…


De las 9 cervezas que tomamos y podéis ver en las dos fotos de arriba destacaría por encima de las demás la Huppendorfer Zwickel, un punto de inflexión con respecto a todas las otras cervezas del día, turbidita, bastante carbonatada, con un agradable y adictivo toque a cereal, refrescante como ella sola y con solo 4.6%. Vergonzoso que en Ratebeer la califiquen con un ¡52! En fin… También fue destacable según mis apuntes la Meister Vollbier, una dunkel muy bien terminada y rebosante de sabor, aunque el resto de contendientes no desmerecieron un ápice.

Y así, disfrutando de unas buenas cervecitas viendo como el sol bañaba de color rojizo los preciosos edificios del centro histórico nos despedimos del grupo abrumados por la inesperada belleza de esta ciudad y sus no menos sorprendentes zumos de cebada. Sin lugar a dudas, Nürnberg fue una de las más gratas sorpresas del viaje y os la recomiendo a todos los que visitéis Baviera.

Foto de grupo...

Viaje por Baviera (1): Munich.


Recién entrados en septiembre y con las pilas bien cargadas me dispongo por fin a relataros las batallitas sobre el viaje que pudimos disfrutar el pasado mes de julio por Alemania, más concretamente por Baviera. He montado los diferentes post por ciudades o temáticas similares para que así os sea más cómodo de leer y también por si alguien se anima a replicar el viaje que no tenga que ir saltando de post en post juntando información suelta tal y como en realidad la vivimos nosotros. Sin más dilación vamos con la crónica y espero os resulte interesante ya que en caso negativo os aguardan varias semanas de tortura a la alemana… ;).

Munich.

Si algo tenía de diferente este viaje con respecto a otros anteriores es que en lugar de ir recorriendo una zona de forma más o menos circular y durmiendo en cada punto del trayecto, nos asentamos en Munich y desde ahí fuimos haciendo las diferentes excursiones. La razón de ello, y en definitiva del propio viaje, la tuvo el buen amigo Diego, a quién seguramente conozcáis por su blog Unacervezaaldía…, y quien en su momento nos ofreció su casa para alojarnos, cosa que evidentemente no dudamos ni un milisegundo en aceptar. Además, hace algunos años visitamos ésta preciosa ciudad alemana y el intenso amor a primera vista que nos generó fue una de las causas principales por las que decidimos volver. Pero dejémonos de rollos y vayamos al lío.

La primera experiencia cervecera que tuvimos en Munich no tardó en llegar. Muchos kilómetros en coche divididos en dos etapas, varios atascos y mucho calor requerían de un buen premio que según Diego tenía un nombre: el Hirschgarten, o jardín de los ciervos. Relativamente apartado del bullicioso centro de la ciudad y rodeado de un inmenso parque, se alojaban las mesas de madera con los ¡8000 asientos! que tiene este enorme pero tan entrañable biergarten, el más grande de toda Baviera.

 
Ambientazo genial.

Por lo visto es uno de los secretos mejor guardados de los muniqueses y una de las razones quizás sea que allí puedes tomar unas cuantas maß (tanto aquí como en otros sitios el único tamaño de jarra disponible era el de litro) de la mítica a la par que deliciosa Helles de Augustiner Brauerei servida por gravedad directamente de las barricas de madera.



Tengo que reconocer que esta Helles está a años luz de cualquier otra lager “rubia” que habíamos probado hasta el momento y así se entienden todas las reverencias que fuimos escuchando sobre ella por parte de tanta y tanta gente. Un inicio sin duda espectacular.


El primer día entero que pudimos disfrutar de la ciudad, con un tiempazo de escándalo, por cierto, no dudamos en visitar el local de Schneider en la calle Tal: el Weisses Brauhaus. Amo las cervezas de trigo que hace ésta gente pero probarlas de barril acompañando cualquiera de sus deliciosos platos es algo bárbaro.

Me encantan estos carteles…

La primera en caer fue la TAP 5 Hopfenweisse de barril, una auténtica locura, una explosión de lúpulo realmente muy fresco y que por un momento nos hizo creer que estábamos ante alguna Pale ale californiana. Una pasada. Luego vinieron dos más, la mítica TAP6 Aventinus (barril), un clásico sobre el que sobran las palabras, y la TAP4 Meines Grünes (botella), muy fresca y ligera. Para comer, Rosana se pidió un schnitzelvienés, el mejor schnitzel del viaje con diferencia (un filete muy tierno de ternera empanado y frito, y no de pollo o cerdo como nos lo sirvieron en algunos locales) y para un servidor el asado de cerdo con cerveza Aventinus, con sauerkraut(chucrut para los amigos) y reiberdatschi(una especie de tortitas de patata rallada). No tengo palabras para describir el gozo que sentimos con esta orgía para los sentidos.


Un buen festín.

Una salsita de Aventinus celestial…

Cualquier escapada a Munich estaría vacía sin la arquetipiquísima visita a la Hofbräuhaus, y aunque ya conocíamos este mítico local fundado ni más ni menos que en el s.XVI y las hordas de turistas eran lo suficientemente aterradoras para no repetir, al final terminamos animándonos al ver un cartel que anunciaba su cerveza estacional veraniega, la Munchner Sömmer, muy fresca, ligeramente cítrica y con un punto a lúpulo muy agradable.

La imponente Festsaal de la planta superior.

Justo enfrente de la acaparadora Hofbräuhausse encuentra el local que la cervecera Ayingertiene en Munich, el Ayingers Speis und Trank, dónde se puede disfrutar de su amplísima gama de buenas cervezas (a cual, mejor) y de su comida también excelente. Lógicamente y por estar fuera de temporada no pudimos pedir su totémica doppelbock, la Ayinger Celebrator, pero una estupenda Jahrhundertde barril (ligeramente lupuladita, muy sabrosa y de trago muy fácil) y una Altbayrisch Dunkel (muy suave, entraba como la seda) regaron maravillosamente bien un leberkäse (una especie de pastel de carne) pasado por plancha muy rico y una crema de champiñones sublime con una especie de rebanadas de una albóndiga gigante de pan. Los precios, al igual que en la Hofbräuhaus, un poco más subidos que en Schneider o Augustiner, pero mereció y mucho la pena visitar este local.




Una tarde que nos tuvimos que tomar más relajadamente por razones que no vienen al caso, nos animamos a visitar el Augustiner Braustuberl, o lo que es lo mismo, el restaurante que tiene alojado la tan querida Augustiner en el mismo edificio de la fábrica donde elaboran la cerveza. Aquí volvimos a pedir la maravillosa Helles tirada por gravedad directamente de la barrica de madera y nos animamos con una muy buena Dunkel de barril (no hay comparación posible con respecto a la versión en botella). Para comer elegimos un riquísimo codillo con salsa de cerveza oscura (supuestamente de la Dunkel) y una especie de plato tipo “familia feliz” pero a la alemana, con mucha carne de cerdo asada pero también pato, salchichas… Sin duda nos pusimos las botas.

Come hasta reventar…

La verdad es que admirar los exteriores de la fábrica con sus chimeneas humeantes y oler el intenso y embriagador perfume del mosto cociéndose es una experiencia realmente inolvidable, y lo más sorprendente es que este edificio está pegado al centro de una ciudad tan grande como Munich.

Edificio austero pero con cierto encanto.

Otra de las tardes que estuvimos por la ciudad también nos acercamos al biergarten de la conocida y “leonil” Löwenbräu, el Löwenbräukeller, perfecto para resguardarse del tórrido sol veraniego de mediodía e ideal para descansar tras un paseo por la zona de Königsplatz, con su Glyptothek o el pequeño pero muy interesante museo de paleontología (siendo de ciencias, el mítico Archeopteryx tira y mucho…). Pero más allá de eso y de ver los bonitos exteriores del edificio, por el excesivo ruido y humo del tráfico colindante, en mi opinión no merece demasiado la pena acercarse hasta aquí..

El bonito (y cableado) edificio.

Radler y Helles

Si algo tiene Munich además de cerveza son muchos jardines y parques. El más conocido y grande es el Englischer Garten(jardín inglés), dónde se encuentra uno de los biergarten más turísticos de la ciudad junto con la Hofbrauhaus, el de la Chinesischer Turm o torre china. El hecho de que sea uno de esos centros “atrae-turistas” nos llevó a hacer una visita rapidita y a marcharnos sin tomar la muy cara maß de Hofbräu helles que aquí sirven. Lo mejor y que sí merece la pena es ver la torre china, admirar el cercano Monopteros o, por qué no, echarse una siestecilla rápida en cualquier rincón del inmenso jardín.

La torre china antes del embrollo turístico.

En Munich y en general en toda Alemania es poco común ver tiendas de cervezas como las que conocemos por aquí pero en su lugar existen interesantísimos getränkemarkt (supermercados de bebidas en general, no solo alcohólicas) por todas partes donde puedes comprar cervezas de la zona, pocas de otros lander, casi todas ellas son de 50cl. y a precios realmente muy bajos (entre 0,65€ y 1€ la inmensa mayoría). El que más nos gustó en Munich fue el Getränke Oase, relativamente cerca de la estación central de tren y en el que se pueden encontrar auténticas rarezas de microcerveceras que se desmarcan del triplete alemán weiss/helles/dunkel. Local pequeño pero repleto de joyas y además el tipo que lo llevaba era un cachondo muy simpático que medio chapurreaba el castellano…

Dos pequeños pasillos repletos de joyas.
Una pequeña selección de cervezas de nueva ola.

Y con este auténtico must damos por finalizado el post recopilatorio sobre lo que dio de sí a grandes rasgos Munich en cuanto a locales. Se nos quedaron en el tintero algunas visitas a algunos clásicos muniqueses como Hacker-Pschorr, Paulaner o Spaten y también algunas micros pero a cambio dedicamos ese tiempo a disfrutar de no pocas cervezas en casa y sobretodo a visitar algunos sitios maravillosos de los que ya os iremos hablando en los sucesivos post.