EL DIA DEL PELUQUERO Y MI POBRE MEMORIA

Estuve buscando antecedentes históricos que expliquen por qué se eligió hoy 25 de agosto como el Día Internacional de los Peluqueros. La información es vaga, pero parece ser que en tiempos del reinado en Francia del célebre monarca Luis XV “Le Bien-Aimé”, un día como hoy, sin precisarse el año, nombró con todas las solemnidades y con el título de caballero a su peluquero, quien pasaba largas horas de su jornada arreglando y peinando sus pelucas. Me imagino que otra de sus actividades era sacarle los piojos a estos elementos, los que en esa época del “rococó” habían cundido en las pobres cabelleras de todas las cortes europeas.


Lo que si está claro es que el oficio de peluquero ya venía desde un buen tiempo más atrás de este acontecimiento, quizás comenzó como barbero en las antiguas cortes de los florecientes estados a lo largo de la Mesopotamia Asiática. Quien sabe. La cuestión es que hoy en todo el mundo, los queridos peluqueros festejan su día.

En este espacio voy a conmemorar a algunos peluqueros que pasaron por mi ”chaperío” o por el de algún integrante de mi familia. Aun recuerdo que no era amigo de ir a la peluquería, cuando niño, porque las máquinas que utilizaban estos artesanos del cabello, me pellizcaban o tiraban de los pelitos de la patilla y la nuca y eso me asustaba. De todas maneras, primero acompañado por mi padre y después solo, porque el peluquero Palomeque quedaba a la vuelta de la esquina de la casa de mis abuelos, sobre la calle Alsina, una vez por mes tenía que pasar el ritual que empezaba con poner un cajoncito en el inmenso sillón, donde era sentado, después las capas de tela blanca que se ceñían en el cuello y comenzaba el corte “Marcelino” que estaba de moda para los niños de la década del sesenta. Seguramente el peluquero terminaba enfermo de los nervios, debido a los llantos, manotazos y gritos que le daba y, en varias oportunidades, debe de haber tenido unas ganas bárbaras de pegarme un “cocacho” en la mollera. La rutina terminaba con mi viejo pagando y yo corriendo a los llantos a la casa de mi abuela. Pobre Palomeque si habrá sufrido con la changada del barrio.

A veces me cortaban en mi barrio, pues vivíamos en la Güemes al 1.300, pero como ya iba a la escuela, era más grandecito, no hacía renegar tanto y me bancaba al maestro de la “Peluquería Sucre” que en esta oportunidad, ya me hacía una “Romana”. Era lindo ir ahí, porque tenía una silla para niños, de madera verde recuerdo, con la que llegaba a verme en el espejo. También recuerdo que iba solo allí, sin la compañía de ningún mayor. Era a dos cuadras de la casa, para el lado del centro. Salta era tranquila entonces.

Mi madre era muy amiga de Teresa Coronel de Fernández Molina, a quienes nosotros, mis hermanos y yo, le decíamos Tía Teresa. Era hermana de otra salteña famosa, doña Alba Coronel de Pereyra Rozas. La tía Teresa era peluquera de damas y tenía su salón en su propia casa que estaba sobre la Güemes, antes de llegar a la Brown. Era buena peluquera y siempre se presentaba a los concursos, llevándola a mi madre en carácter de modelo, porque aparte a mi viejita le gustaba que le haga cosas en la cabeza y, de paso, viajaban al lugar del evento como un paseo.

La Tía Teresa y mi madre en un concurso ante un jurado internacional

Los peluqueros famosos en Salta fueron muchos, Chichí Bonduri (mi pariente -lo digo para alabarme- excelente estilista), Burgos (que empezó hace añares en la 25 de Mayo al 700), Rogelio Paz (que hizo salidas y programas televisivos desde Europa, un adelanto para Salta), Miguel Ángel (Que marcó un antes y un después en el marketing peluqueril) y tantos otros que la lista sería interminable. Pero en mi experiencia de vida, tuve un peluquero, policía él, hermano del famoso “Chaqueño” Palavecino, de nombre Pascual Ceballos que en paz descanse, quien no medía las bromas que hacía entre cortes y cortes, no importaba si era un alto jefe o no. Recuerdo que apenas terminado de cortar a un alto jefe policial, le dijo: “-Ya está señor… ¡Ha quedado más bonito que un chancho!” Ante la risa de los otros oficiales, el jefe solo atinaba a reír también. Ceballos no se cansaba de explicar que el “Tío Pala” que hacía mención una famosa pieza musical de su hermano, era para su tío Palatino Palavecino. Ceballos que gustaba de cantar y tenía su conjunto, murió víctima de un cáncer a la garganta. La última vez que lo vi ya tenía problemas para hablar.

Disfruten su día peluqueros queridos, en esto va involucrada mi hermana Rebeca, que es la cortadora de cabello oficial de la familia. Una oración para aquellos que se fueron, como los nombrados incluso el querido primo Chichí.