Lo divino tiene que estar divino

Quién no ha oído alguna vez eso de "es más bonito que un San Luis" o cosas como "oh, qué hermoso querubín!..." Tanta matraca con la espiritualidad, la belleza de espíritu y tal y cual, y resulta que, desde siempre, belleza física y religión han ido unidas. El componente idólatra de los monoteismos (no voy a hablar ahora de dioses griegos, etc.) está vinculado estrechamente a los cuerpos lozanos y las "caritas de ángel", o, para decirlo de otro modo, a los mismos cánones de belleza del mundo de la moda o de las estrellas de Hollywood. A estas alturas nadie se imagina un Jesucristo gordo o fondón de culo, y mucho menos del tipo Pozí.
Numerosos pintores y escultores se han encargado desde hace siglos de que la belleza física sea el principal atributo de la belleza espiritual. Los feos son horrorosos, demoniacos, oh!... Quizá por motivo de esta enculturación es más fácil encontrarse con representaciones de vírgenes y santos por todas las esquinas y no con rampas de acceso a minusválidos.
A Mahoma no se le puede representar de ningún modo, pero alguien lo hizo en caricatura y menuda la que se lió. Una caricatura es una exageración de los rasgos físicos. Si al menos lo hubiesen representado con una figura atlética y un rostro bello y bondadoso como Jesucristo, a lo mejor no se hubiesen enfadado tanto los del turbante.
La única excepción que encuentro es la de Buda, orondo y panzudo además de sabio. Todas las reglas tienen una excepción.