San José, padre


Carroll Ríos de Rodríguez

Asumió, con libertad y responsabilidad, esa inesperada paternidad.

Qué aprendemos de San José en cuanto padre y esposo? La pregunta viene al caso porque el lunes pasado celebramos el Día de San José, y porque casi siempre lo recordamos en sus otros roles. Ya sea como patrón de la Iglesia universal y de distintas entidades religiosas, o bien como patrono de los trabajadores, festejándolo además el 1 de mayo, día de San José Obrero. Nos gusta visualizar su taller de carpintería, su alegría y eficiencia al trabajar, su trato amable con los clientes, y la competente capacitación que impartió a su hijo Jesús.

En algún momento surgió en la historia de la Iglesia el retrato de un San José anciano y viudo. Se le pintaba de pelo blanco y barbado, apoyado en un bastón, como para subrayar su elevada edad. Quizá al asumir una gran diferencia en las edades de los esposos, resultaba más fácil explicar un matrimonio virginal. O quizá esta imagen servía para justificar su notable ausencia durante la vida pública de Jesús y al pie de la cruz, junto a María. Algunos escritos apócrifos suponen que José murió luego de que Jesús se perdió en Jerusalén a los 12 años, y antes de las bodas de Caná, porque lo lógico hubiera sido que los tres acudieran a la boda, como familia, si él siguiera vivo. ¡Y aún aceptando lo anterior, un libro antiguo asegura que José murió de 111 años!

Hoy día, la mayoría de teólogos nos hablan de un San José joven, años mayor que la Virgen María. Se perfila una joven pareja físicamente atractiva. Formaron un matrimonio auténtico en lo que respecta a la “comunión de los corazones”: fieles, enamorados, amigos el uno del otro. Compartían una fecunda vida de piedad; pusieron al centro de su unión a Dios, incluso antes del misterio de la Encarnación. Tanto amaba San José a la Virgen María, que cuando se enteró de que estaba embarazada pensó dejarla discretamente, para no hacerle daño. No deseaba exponerla a una terrible condena de lapidación. Mas cuando el ángel le dice en sueños que recibiera sin temores a su desposada, dado que “lo engendrado en ella es obra del Espíritu Santo”, él da un decidido y sonoro sí a la vida.

Asumió, con libertad y responsabilidad, esa inesperada paternidad. No se documentó palabra alguna pronunciada por San José, sólo sabemos de sus obras: se le llama el “santo del silencio”. ¿Qué pensaría? Se maravillaría de haber sido elegido por Dios como educador y protector de su Hijo, verdadero Dios y verdadero Hombre, y del misterio de un Dios hecho Niño, que requería cuidados. Casi todos los padres hemos sentido ese asombro que provoca el milagro de una nueva vida. Durante años, José y María fueron de las pocas personas conscientes de la venida al mundo del Redentor. Ni un conocimiento profundo de las Escrituras, ni la razón limitada, ni la experiencia podían explicar lo que les tocaba vivir. Aceptaron con fe lo que el ángel les comunicaba, y guardaron silencio. Dejaron hacer a Dios, en su tiempo y a su modo y, aunque pasaron duras penas como el exilio y la penuria, fueron extremadamente felices.

Articulo publicado en el diario guatemalteco "siglo 21", el día miércoles 21 de marzo de 2012.