Sobre las procesiones


Karen Cancinos

Uno: no son una exaltación de la muerte. Dos: sí son patrimonio cultural y expresiones de arte popular.

El peor de los mundos posibles, dice Alberto Benegas Lynch, un autor argentino, es el que estriba en la ignorancia de la propia ignorancia. Esa observación me parece muy aguda pues justamente noto eso —ignorancia de la propia ignorancia—en quienes aseguran que para los católicos, la Semana Santa es un lapso en el cual rendir culto a la lobreguez y al dolor.

¡Las procesiones son ritos que exaltan la muerte!, aseveran. Muchos son personas correctas y algunos, incluso, se proclaman cristianos, de manera que no hay razón para pensar que hay mala fe en sus señalamientos, sino pura ignorancia. Porque la Semana Santa no termina el Viernes a las 3 de la tarde. El punto culminante de la celebración católica es la Resurrección, el Domingo de Pascua.

Y es que la Cuaresma que los creyentes católicos estamos viviendo no es un conjunto de rituales que incluyen abstinencia y ayuno nomás porque sí: en realidad es una preparación espiritual para el momento en que rememoraremos que Cristo venció a la muerte y que, por lo tanto, en la imagen doliente del Jesús insultado, torturado y clavado a una cruz, lo que hay es mucho más que solo un amasijo de sangre y hematomas: esa imagen es a la Vida en su plenitud, al Amor del Padre, lo que los dolores de la parturienta son a su hijo recién nacido, si se me permite tal analogía.

De modo que constituye un grotesco simplismo sostener que la mortificación cuaresmal o la rememoración de la Pasión de Cristo plasmada en imágenes talladas, son un enaltecimiento del masoquismo, una exaltación de la tenebrosidad o, como leí alguna vez, “una muestra de nuestro carácter vengativo y nuestra propensión a la violencia” (¡!).

A veces la sorprende a una tanta insensatez, pero al final sirve para dimensionar como se debe el magnífico “¡Ay de mí que ni siquiera sé lo que no sé!”, de San Agustín de Hipona.

Eso por un lado. Por otro, lamento que un columnista tan ameno como Juan Pensamiento Velasco publique en las páginas de otro diario, cuando hasta hace no mucho era de aquí, de los de casa. Como sea, en su primer escrito en otro medio afirmó que ya “es momento de repensar el espacio que se le otorga a las procesiones católicas”.

Mucho me temo que de ese texto se desprende más anti catolicismo por parte de Pensamiento que propuesta de convivencia urbana. Porque si bien el cierre de calles y el desvío temporal de rutas automovilísticas pueden resultar molestos para quien no participa en las procesiones, estas son patrimonio cultural y expresiones de arte popular que pueden gustarle o no a uno, pero de ahí a pensar que deben ser eliminadas o reducidas a su mínima expresión hay mucho trecho. A mí no me agradan los colosales atascos que se arman en la ciudad los días de las luces de la cadena de pollo frito, el árbol navideño cervecero, el desfile de un banco, en fin, pero, y al decir del columnista, “la ciudad es de todos, siempre”. Siempre que no haya lesión al derecho de nadie –y no lo hay en las procesiones–, no veo motivo para acabar con una tradición que atrae incluso turismo extranjero.

Les deseo a todos una fecunda Semana Santa, o un relajado “verano”, según lo que decida vivir cada cual estos próximos días de preciosas jacarandas rosas y moradas.

Artículo publicado en el diario guatemalteco Siglo 21, el día viernes 30 de marzo 2012.